PEKÍN – Se ha convertido en un ritual en China escanear un código QR con el teléfono para demostrar que se está sano, con la ayuda de una aplicación que otorga un pasaporte “verde”, sinónimo de buena salud.
A la hora de entrar en un edificio, en una tienda o en un parque, para subir a un avión, a un taxi o simplemente para volver a casa, es mejor tener el móvil con la batería cargada. Las aplicaciones de seguimiento nunca han sido tan invasivas en China, que desde la pasada primavera ha conseguido contener en gran medida el coronavirus.
Los nuevos casos diarios se pueden contar ahora con los dedos de una mano. Pero el número de controles de “código sanitario” está en su punto más alto.
Ni siquiera puedo contar el número de veces que tengo que pasar por este ejercicio cada día: Los códigos QR y sus mosaicos de escaneo se han impuesto en todos los ámbitos.
Antes de la pandemia, ya se utilizaban en China para pagar con el teléfono, una práctica común incluso en las regiones más remotas. Pero ahora, los códigos QR se asocian a la lucha contra el Covid.
Reserva de billetes u hoteles, geolocalización, lugares de pago, el móvil es una formidable herramienta de vigilancia sanitaria, capaz de dar una señal de alerta roja cuando uno se ha geolocalizado cerca de una fuente de contaminación. La administración central puede recoger datos de todos los lugares visitados, por barrios, durante 14 días.
Existen diferentes sistemas más o menos complejos, uno de ellos asociado a la popularísima aplicación WeChat del gigante Tencent, el equivalente chino de WhatsApp. Basta con activar la opción de salud de WeChat para poner en marcha la aplicación de seguimiento que generará el código QR que debo mostrar para acceder a las distintas localizaciones. Si el código es verde, puedo pasar.
En cambio, si es rojo, estoy bloqueado y debo entrar en cuarentena durante 14 días. La aplicación calcula mi estado en función de los lugares que he visitado. El hecho, por ejemplo, de haber pasado cerca de una fuente de contaminación puede convertirme en persona non grata. Tiene mil usos. Puede consultar un historial de pruebas de detección. Si el último resultado es positivo, mi código QR será rojo. La aplicación también menciona la eventual vacunación contra el Covid-19.
Escanear un código QR a la entrada de un edificio no está exento de consecuencias; en Pekín, la app está directamente asociada a mi número de DNI. Y cada vez que escaneo, dejo un rastro digital de mi paso.
En China, todas las residencias están supervisadas y, en principio, sometidas a controles sanitarios (medición de la temperatura y, a veces, cumplimentación de un formulario). Mis movimientos, por muy triviales que sean, como visitar a un amigo, quedan por tanto registrados.
Nadie me obliga a descargar una aplicación de seguimiento. Pero, de hecho, es imposible arreglárselas sin ella.
Lo experimenté un día en la entrada del edificio que alberga las oficinas de la Agencia Francesa de Prensa (AFP) en Pekín. Con un poco de picardía, en el puesto de control desenfundé mi viejo teléfono Nokia 3210, vestigio de una época en la que no existían ni el internet inalámbrico ni los selfies. Un guardia de seguridad quiso ayudarme.
Desconcertado, pudo comprobar por sí mismo que no era posible escanear un código QR con un teléfono sin cámara. Y durante cinco largos minutos, este guardia de seguridad y sus colegas no supieron qué hacer con “el extranjero con el móvil demasiado viejo”.
Porque dejarme entrar era un riesgo para la salud y, para ellos, un problema potencial.
“¿Pero cómo hace una persona mayor sin un teléfono inteligente?”, pensé, tratando de mantenerme serio. Aprovechando la confusión, entré en el edificio. Cinco minutos más tarde, la oficina recibió una llamada para informar del incidente e indicarme que presentara un código sanitario válido.
No sé si esta odisea sirvió como caso de estudio, pero lo cierto es que en el nuevo aeropuerto internacional de Pekín un cartel invita ahora a los pasajeros sin teléfono móvil ni códigos sanitarios a ponerse en contacto con un recepcionista. “Ya no podrás gastar tu broma”, me dijo un amigo chino entre risas.
En China, las pocas personas sin teléfono y los niños pequeños reciben un código QR que se cuelga del cuello. Contiene toda la información sobre la identidad y la dirección de los penitentes sin teléfono móvil. Las autoridades pueden asegurarse de que estas personas no proceden de una de las llamadas zonas de riesgo escaneando el QR que llevan colgado al cuello.
En uno de los países más conectados del mundo y donde las cuestiones de privacidad suscitan poco interés, los gigantes de la web y los operadores telefónicos no ponen obstáculos al seguimiento de los movimientos de los ciudadanos.
El sistema ha permitido restablecer los desplazamientos por todo el país, aunque las vacaciones pueden convertirse en una carrera de obstáculos.