Los suicidios de adultos jóvenes con estudios de licenciatura y posgrado aumentaron 94 por ciento entre 2009 y 2019, según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).
El estrés derivado de las crecientes exigencias en el trabajo, la falta de dinero, la dificultad para equilibrar la vida laboral y personal, además de las situaciones de acoso sexual y laboral, son algunas de las principales causas, señalan expertos en psicología y psiquiatría.
Luis se graduó en administración de empresas en 2010, con 25 años veía un futuro prometedor.
Tres años después decidió casarse y aunque no tenía un trabajo estable, rentó un departamento con su pareja en un barrio de clase media de la Ciudad de México.
En 2015, Luis se enfrentó a su primer diagnóstico de depresión. En los cinco años anteriores tuvo seis trabajos esporádicos: dependiente en una tienda de conveniencia, asesor en tres call centers, promotor en un supermercado y repartidor.
“Mi ingreso mensual en ese tiempo nunca fue mayor a seis mil pesos. Eso apenas alcanzaba para la renta. No nos preocupábamos por la comida porque mi mamá y mi suegra nos llevaban cada semana. A veces, cuando iban al supermercado o al mercado, nos compraban más”.
La situación se hizo insostenible en su último empleo, donde trabajó durante seis meses.
Era un centro de llamadas de cobro de deudas de tarjetas de crédito que le mantenía en estado de estrés por los objetivos que tenía que cumplir, la estricta disciplina y el trato hostil de las personas a las que llamaba para que hicieran sus pagos.
“No nos dejaban estar de pie durante horas, no podíamos hablar entre nosotros y te medían el tiempo para ir al baño. Además, los objetivos eran imposibles de cumplir porque dependíamos de que la gente cumpliera su palabra y realizara sus pagos, algo que rara vez ocurría”, recuerda Luis, que cuenta su historia mientras le tiemblan un poco las manos.
Su objetivo semanal era conseguir que los deudores pagaran 65.000 pesos. En el mejor de los casos, llegaba hasta los 20.000 pesos, pero su supervisor lo trataba con hostilidad cuando no lograba su objetivo. “Los clientes eran groseros al grado de que lo mejor que podía pasar era que no contestaran o te colgaran de inmediato, pero no, al menos me hacían pasar un mal rato unas 10 veces al día”.
Luis se desinteresó del trabajo y durante una semana empezó a llegar tarde y luego decidió no ir. Dormía hasta tarde, no comía y empezó a morderse las uñas.
Durante meses, Luis no trabajó, hizo algunos recados por dinero, pero era mucho menos de lo que ganaba en el locutorio. Todo el tiempo estaba de mal humor y comenzó a tener peleas por cualquier pretexto.
“Un tipo me vio feo y sin pensarlo empecé a pegarle. Era más grande y me golpeó, y cuando me tenía en el suelo le grité que si tenía los cojones de matarme…. Mátame cabrón‘, le dije. Me dejó tirado en el suelo y se fue”.
Ese día le vino a la cabeza la idea del suicidio. Su mujer se fijó en él. Cruzaba la calle de forma temeraria, provocaba a la gente en la calle, empezó a emborracharse y renunció a tener un trabajo.
Un día, a principios de 2017, su familia se negó a seguir ayudándole si no conseguía un trabajo y dejaba de beber. El sentimiento de frustración fue el detonante para intentar suicidarse.
“Colgué un lazo en una viga que sostenía un techo de hojalata. La viga era de aluminio, lo suficiente para soportar las planchas de fibra de vidrio, pero no más. Me subí a un banco, me puse la soga al cuello y salté con fuerza, sin pensar. Pensé que sería rápido.
El techo se derrumbó sobre Luis, que cayó al suelo y se hizo daño en la rodilla. La viga le causó una herida en la cabeza que requirió puntos de sutura y el lazo le dejó una laceración en el cuello. Su esposa buscó tratamiento y un vecino le recomendó llevarlo a un centro del DIF donde le brindan apoyo psicológico y psiquiátrico.
María Fernanda Ramírez Colín, profesional de la salud mental y catedrática de la Universidad Popular Autónoma de Veracruz (UPAV), dice que a las nuevas generaciones de profesionistas les ha tocado vivir una “época de incertidumbre” laboral.
Hace unos años, tener una licenciatura implicaba haber cumplido con un estándar laboral o profesional; hoy es cada vez más necesario contar con una maestría, doctorado o estancia posdoctoral para acceder a mejores oportunidades laborales.
Para el especialista, las instituciones de educación superior deben diseñar estrategias para ampliar las oportunidades laborales de sus egresados. “No se trata sólo de preparar a los profesionales y lanzarlos al mundo laboral, sino de garantizar que tengan oportunidades, porque de lo contrario sólo vamos a realizar la tarea de formar para cumplir con los indicadores”.
La psicóloga, quien también es comisionada en el Protocolo para la Atención y Sanción del Acoso y Hostigamiento Sexual en la administración pública estatal, considera que la e