El zumbido de las abejas ahoga el estruendo del brazo robótico, que trabaja con una eficacia que ningún apicultor humano podría igualar.
Una tras otra, la máquina escanea pilas de panales que, en conjunto, podrían albergar hasta dos millones de abejas, inspeccionándolas en busca de enfermedades, controlando la presencia de pesticidas e informando en tiempo real de cualquier peligro que amenace a la colonia.
La colmena de nueva generación ha sido desarrollada por la empresa israelí Beewise, que afirma que este tipo de atención permanente es lo que se necesita para minimizar el riesgo de colapso de las colonias.
El número de abejas ha disminuido drásticamente en todo el mundo, en gran parte debido a la agricultura intensiva, el uso de pesticidas, las plagas y el cambio climático.
Las empresas han buscado diferentes tecnologías para intentar frenar el colapso masivo de las colonias, como la colocación de sensores en las colmenas tradicionales de madera o métodos para hacer frente a la pérdida de abejas, como la polinización artificial.
La colmena de Beewise, del tamaño de un remolque de carga, alberga 24 colonias. En su interior, está equipada con un brazo robótico que se desliza entre los panales, visión por ordenador y cámaras. Unas aberturas codificadas por colores en los laterales permiten a las abejas entrar y salir.
“Todo lo que haría un apicultor, el mecanismo robótico puede imitarlo y hacerlo con más eficacia sin cansarse, sin irse de vacaciones y sin quejarse”, dice el director general Saar Safra.
Esto incluye la recolección de miel, la aplicación de medicamentos y la combinación o división de colmenas.
Beewise ya ha conseguido 40 millones de dólares de financiación de inversores privados y más de 100 de sus sistemas se utilizan en Israel y Estados Unidos. (Informe de Ari Rabinovitch; editado en español por Benjamín Mejías Valencia).
La vida social de estos insectos lleva mucho tiempo despertando nuestra imaginación. Plinio el Viejo (23-79 CE) admiraba su organización política, con sus jefes y consejos. Incluso pensaba que los principios morales guiaban su comportamiento. Casi 1.700 años más tarde, el autor anglo-holandés Bernard Mandeville adoptó el punto de vista contrario y describió una colmena invadida por el vicio y habitada por abejas egoístas.
La Fábula de las Abejas, publicada en 1714, se convirtió en una obra de referencia para los economistas políticos. Precursor de Adam Smith, cuya mano invisible del interés individual alimentaba el bien común, Mandeville se propuso demostrar que, a diferencia del altruismo, el egoísmo era productivo. Hostil a la frugalidad (la riqueza robada a un avaro, al fin y al cabo, se derrama), inspiró la crítica de Keynes al ahorro excesivo.
Para ser justos con Plinio, Mandeville y muchos otros que han fantaseado con las abejas, todavía no se había inventado la colmena tal y como la conocemos ahora, con sus marcos de madera desmontables. Por tanto, era difícil observar la vida y las costumbres sociales de las abejas.
James Meade, economista británico que recibió el Premio Nobel en 1977 por su trabajo sobre la política económica internacional, no tenía esa excusa. A principios de los años 50, citó el ejemplo del cultivo de manzanas y la apicultura en la misma zona para ilustrar su análisis teórico de las economías externas. Cada una sirve a la otra: las abejas recogen el néctar de la flor del manzano para hacer miel y, al hacerlo, polinizan las flores que a su vez se convierten en fruta.