Un trueno en un cielo que parecía tan luminosamente azul. Es el 11 de septiembre y unos atentados antes impensables golpearon a unos Estados Unidos que se creían intocables tras ganar la Guerra Fría y rompieron la ilusión de un futuro pacífico en el mundo.
Ese día todos vimos en directo cómo los aviones comerciales se estrellaban contra el World Trade Center de Nueva York, el Pentágono y un cuarto caía en Shanksville, Pensilvania, antes de llegar a Washington, su destino final, gracias al heroísmo de los pasajeros que se enfrentaron a los secuestradores.
Es 2001 y los atentados más sangrientos de la historia acaban de golpear a la primera potencia mundial. 19 yihadistas afiliados a Al Qaeda mataron a casi 3.000 personas ese día.
Y mientras las cenizas de las Torres Gemelas seguían ardiendo, el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, lanzó lo que llamó una “guerra” contra el terrorismo.
En el punto de mira estaba el régimen talibán de Afganistán, que había permitido a Al Qaeda preparar los atentados, ideados por el paquistaní Khalid Sheikh Mohammed y aprobados por el máximo dirigente del grupo, Osama bin Laden, multimillonario saudí y antiguo aliado de Estados Unidos en la guerra contra la invasión de Afganistán por la Unión Soviética en la década de 1980.
Estados Unidos, y el planeta junto con él, se sumergieron en una guerra que dominaría las relaciones internacionales, alterando de forma duradera el equilibrio en Oriente Medio.
En 2001, el enemigo número uno de Occidente se llamaba Al Qaeda. Al cabo de 20 años, el enemigo se volvió difuso y el paisaje global cambió radicalmente en los ámbitos político, diplomático, militar y económico: las intervenciones de las potencias mundiales han fracasado, el yihadismo se ha expandido, el extremismo de derechas creció junto a la polarización política y la xenofobia, mientras que un vasto sistema de cibervigilancia global vigila ahora a poblaciones enteras.
Y los talibanes, donde se originó todo, volvieron al poder con una anunciada pero precipitada retirada que humilló de nuevo a la primera potencia mundial.
Este 2021, todo ha vuelto al punto de partida y todo ha cambiado.
La vida social de Estados Unidos se transformó tras los atentados. La sociedad perfecta fue penetrada por la amenaza externa.
Había un dicho que decía “creíamos en la inocencia”, y es quizás la expresión más representativa entre las muchas que surgieron el mismo día del atentado, y muestra la pérdida que el desenlace significó para los estadounidenses.
“Desde el punto de vista estratégico y militar, la guerra tuvo dos consecuencias: el regreso del yihadismo y el declive relativo de Estados Unidos en la región y a nivel general, y la era del poderío estadounidense que aparentemente llegó a su fin”, considera el doctor José Luis Valdés Ugalde, investigador del Centro de Investigaciones sobre América del Norte de la UNAM.
Para el investigador, estos veinte años de guerras preventivas e intervenciones militares, con el regreso de los talibanes al poder en Afganistán como siniestro epílogo, confirma la “fractura dentro del bloque aliado formado por Estados Unidos con Gran Bretaña, Francia e Italia como seguidores”.
La derrota puso de manifiesto los “desacuerdos militares estratégicos en el campo de la guerra y esto implica que Washington se distanció de las capitales europeas de manera importante”. Vamos a ver hasta qué punto Occidente ha perdido ya los espacios de legitimidad que tenía con Estados Unidos a la cabeza”, señala Valdés.
Hasta el último día que las fuerzas estadounidenses permanecieron en suelo afgano, la administración de Biden se negó a acordar con sus aliados el calendario de evacuación de miles de soldados, ciudadanos occidentales y colaboradores afganos, lo que aumentó la desconfianza en el gobierno del presidente estadounidense Joe Biden.
Sin embargo, el fin del intervencionismo occidental en otros países está muy lejos.
Con el fin de la guerra en Afganistán, Estados Unidos puso fin a la era de las grandes intervenciones militares en otros países para entrar en la era de la “disuasión integrada” contra sus principales competidores, China y Rusia.
El propio Biden lo dijo al concluir la retirada de Afganistán: se acabó la reconstrucción de otras naciones; Estados Unidos no quiere enviar grandes contingentes militares a otros países para luchar contra el terrorismo o proteger la democracia, porque está en otra cosa.
Sin embargo, Valdés Ugalde considera que aún es pronto para saberlo.
“El intervencionismo tal y como lo conocíamos no creo que se vaya a producir en este momento. Hay que ver lo que pasa en Siria, hay que ver lo que pasa en otros lugares como Irán, donde se está intentando llegar a un acuerdo nuclear que ha tardado varios años. Entonces veremos allí, en Siria y en otras microrregiones, cuál será la actitud de Estados Unidos y cuál será la actitud de la OTAN, si seguir o no a Estados Unidos“, considera.
Gabriel está de acuerdo