Nunca en la historia ha sido más difícil ser un líder como lo es hoy.
Lo digo sobre todo por el escrutinio público al que están sometidos constantemente todos los influencers en la actual era de la hiperinformación, en la que todo es público las 24 horas del día.
La vida, los dichos y las acciones -pasadas y presentes- de los líderes importan más que nunca, ya que la memoria colectiva, de naturaleza limitada, ha dado paso a un registro público digital que se actualiza cada segundo y no olvida.
El fenómeno que describo hace que incluso algunos de los regímenes más autoritarios del planeta, como los talibanes de Afganistán, luchen por imponer su narrativa cuando hace 20 años, sin redes sociales, gobernaban desde la más absoluta oscuridad.
Artistas, políticos, activistas, empresarios, presidentes coloniales, todos deben someterse ahora al eterno juicio de la ciberopinión.
Esta redefinición del liderazgo se está produciendo, sin duda, con mayor rapidez en el seno de las empresas estadounidenses, especialmente en las grandes tecnológicas. Observar lo que allí ocurre es echar un vistazo al futuro.
Y es que según han informado múltiples medios de comunicación en Estados Unidos, desde el pasado mes de enero, la red social Facebook ha emprendido una reestructuración interna para alejarse del escándalo que la rodea constantemente.
Especialmente se busca redefinir el liderazgo de Mark Zuckerberg, quien es hoy el rostro de una plataforma vista por amplias capas de la población como un difusor de mentiras, una corporación voraz y un protector ineficiente de la privacidad personal.
Básicamente, Facebook busca que su principal ejecutivo se distancie de escándalos como los que protagoniza cada vez que acude a la Cámara de Representantes para defender a su empresa, la libertad de expresión o pedir disculpas por permitir que agentes rusos utilizaran la plataforma para sembrar desinformación sobre el proceso electoral estadounidense en 2016.
Particularmente, el impacto de Facebook en el sistema de comunicación y la privacidad está siendo auditado por el público en general, ya sea por las constantes filtraciones de datos sensibles o por su probada difusión de información falsa.
De cara al futuro, se espera que la figura de Zuckerberg, más que un cortafuegos a estas críticas o un agente beligerante, sea un vehículo para promocionar productos, exaltar noticias positivas sobre Facebook y redefinirse como innovador.
De este modo, el creador de Facebook buscaría alejarse de la excentricidad y el protagonismo al que han sido tan asiduos los fundadores de grandes empresas tecnológicas y que, en última instancia, han afectado a la imagen pública de sus compañías.
Cabe recordar que su mala fama les costó a magnates como Travis Kalanik de Uber, Jack Dorsey de Twitter o Adam Newmann de WeWork, que durante sus mandatos incurrieron en excesos como torcer las leyes para impulsar sus modelos de negocio, fomentar ambientes de trabajo tóxicos o gastar el dinero de la empresa en fiestas, viajes de esquí o como caja chica.
Por supuesto, siempre ha habido líderes corporativos reprobables que han perdido sus puestos de trabajo, pero la fobia que las Big Tech han mostrado en los últimos años porque sus representantes se muestren como lo que realmente son marca un antes y un después. Esto, derivado del constante escrutinio público al que están siendo sometidos.
¿Qué se puede extraer de esta experiencia?
Primero, que la constante exposición pública es un cáncer para el liderazgo sostenible.
Segundo, que los errores privados se harán públicos más pronto que tarde, y cuanto antes se aborden, mejor.
Y tercero, que el liderazgo sí tiene control sobre la narrativa que le rodea, y puede hacer cambios rápidos para salvar el barco.
Me gustaría que alguien confirmara que esto fue recibido en el Palacio Nacional.