Veracruz, Ver.- Una puerta que hace el ruido de abrirse y cerrarse justo al mediodía y un olor a cigarro que se cuela de la calle a la casa cada noche, son parte de la esencia que dejó don Francisco Anzures Ruiz en el hogar que compartió con su esposa e hijos por más de 40 años antes de convertirse en una de las tantas víctimas de la pandemia del Covid-19.
A sus 66 años, “Panchito“, como le llamaban cariñosamente en su familia, era un escéptico del Coronavirus porque no estaba convencido de que la enfermedad existiera realmente y de los riesgos que implicaba.
Su mujer, María de los Ángeles Sosa Prieto, recuerda que Panchito solía decir “no pasa nada” y se negaba a llevar mascarilla si no le obligaban a entrar en una tienda.
Sorprendentemente un hermano de don Panchito enfermó y murió de Covid-19 y tiempo después otro de sus hermanos también se contagió, por lo que decidió ir a cuidar a su familiar.
“Mi marido no creía en el virus, siempre decía que no pasaba nada y la verdad es que era muy raro que usara la mascarilla, salvo para ir a la tienda. Un día su hermano menor se contagió del virus, la enfermedad se complicó y murió y luego otro hermano también se enfermó de lo mismo, mi esposo decidió ir a cuidarlo, yo le dije que no lo hiciera, pero no me escuchó.
Pensaron que también iba a morir y ya estaban buscando su tumba en el cementerio, pero gracias a Dios se salvó, pero a los pocos días mi viejo también se enfermó”, explica.
Días antes de que diera positivo y comenzaran las complicaciones, don Panchito celebró su cumpleaños el 4 de octubre, rodeado de toda su familia y sin pensar en ningún riesgo, incluso le dio un mordisco al pastel y los invitados se lo comieron.
“Comenzó a sentirse mal y quise llevarlo al médico, pero prefirió ir con otro de sus hermanos a Covarrubias porque es médico, pero lamentablemente se puso peor y al regresar a Veracruz mi hija lo llevó al seguro y no se levantó, mi viejo falleció”, dice con la voz quebrada y lágrimas en los ojos.
Don Panchito falleció el 3 de noviembre del año pasado, apenas cinco meses después que su hermano.
Este noviembre se cumplirá su primer aniversario luctuoso y su fotografía será colocada en el altar de muertos que María de los Ángeles coloca cada año como parte de una tradición familiar en memoria de sus seres queridos que han partido al otro mundo.
“Suelo colocar un altar, un pequeño altar para mi mamá, mi papá, mi familia y ahora también colocaré un altar para mi viejo, a él le gustaba todo, siempre me decía que le hiciera su mole, su adobo y la cerveza, le gustaba mucho la oscura victoria, incluso tenía que caminar varias cuadras hasta el almacén para comprarla porque no se vendía por aquí, también colocaré dulces, las típicas flores”, menciona.
Don Panchito era un jubilado que disfrutaba de su familia, siempre en compañía de su esposa, en su tiempo libre ofrecía sus servicios de flete y acarreo y a las 12:00 horas salía a “hacer sus chambas o a pasear”.
Se refería a todas las mujeres de la familia como “gorditas” y a los hombres los llamaba “burros”, era un hombre estricto pero muy querido por todos los miembros de la familia ya que eran los tíos favoritos y tanto los viernes como los domingos la casa estaba llena de visitas.
“Mi papá era un poco gruñón, pero siempre fue bueno, lo extrañamos mucho pero su esencia sigue aquí en la casa, siempre salía de la casa a las 12 del día, para hacer lo que fuera a hacer y justo a esa hora sientes que alguien se va, escuchas ruidos en la puerta, Otra cosa que hacía era que en la noche salía a la calle, no al patio ni a la vereda, sino a la calle donde fumaba su cigarrillo y mientras estamos en la casa desde afuera hay olor a cigarrillo, es mi papá”, dice Blanquita, hija de don Panchito.
Con la ausencia del patriarca de la casa, doña María de los Ángeles y sus tres hijos, Blanca, Javier y Omar han llevado la pena con mucho dolor, pero cobijados por el amor del resto de la familia que no los ha dejado solos como los tíos más consentidos, su casa era el lugar donde se realizaban las grandes pachangas y se comían las mejores picadas.
“Lo extrañamos mucho pero mi familia no me ha dejado, mi viejo y yo vivíamos solos, él me tenía a mí y yo a él pero desde que se fue, mi hija se queda conmigo para cuidarme, mis hijos y mis sobrinos me siguen visitando, me gusta tener la casa llena de gente, me hace feliz”, dice la señora María de los Ángeles.