El domingo por la tarde, el primer ministro de Sudán y rostro de un régimen democrático civil largamente esperado, Abdallah Hamdok, anunció su dimisión tras volver al cargo después de un golpe militar que destituyó a la mayoría de los funcionarios civiles del gobierno de transición.
En un discurso emitido por la televisión pública del país, Hamdok admitió su incapacidad para alcanzar un consenso y advirtió que la supervivencia de Sudán está amenazada.
Según él, las diferentes fuerzas políticas de este país, que salió en 2019 de una dictadura islamista-militar de 30 años dirigida por Omar al-Bashir, están demasiado fragmentadas.
A esto se suma que los líderes civiles y militares tienen posiciones irreconciliables para llegar a un consenso que ponga fin al baño de sangre y convierta en realidad el lema de la revuelta de 2019 “Libertad, paz y justicia”.
El ex economista de la ONU que consiguió enterrar parte de la deuda del país y sacarlo del aislamiento internacional, no ha tenido un momento de descanso desde el golpe de Estado del 25 de octubre de 2021.
Ese día, el general Abdel Fattah al Burhan, al mando del ejército, ordenó su arresto domiciliario y el de todos los que encarnaron esa transición a un régimen civil desde 2019.
El general Burhan prorrogó su mandato por dos años y, un mes después de disolver las instituciones, volvió a colocar a Hamdok en el puesto de primer ministro, pero después de haber sustituido a numerosos responsables de esta transición civil.
Al aceptar un acuerdo con Burhan, Hamdok deja de ser un héroe y se convierte en un traidor para muchos sudaneses. Los manifestantes que criticaron a Burhan en las calles, también empezaron a criticarlo a él.
En un país dirigido por los militares desde hace casi 65 años, una gran parte de los ciudadanos no quiere “ni asociación ni negociación” con el ejército.
Y lo dicen alto y claro aunque pongan en peligro sus vidas, como ocurrió este domingo, cuando miles de sudaneses volvieron a salir a la calle y tres de ellos murieron a manos de las fuerzas de seguridad, por disparos y golpes.
Desde el 25 de octubre, al menos 57 civiles han muerto en la violenta represión de estas protestas y cientos han resultado heridos.
Las fuerzas de seguridad bloquearon desde la madrugada del domingo los puentes que unen Jartum con sus suburbios y las principales arterias de la capital, como hacen cada vez que se convocan manifestaciones contra el golpe de Estado.
Además, las autoridades volvieron a cortar el acceso a Internet móvil y a los teléfonos celulares durante horas, y miembros de las fuerzas de seguridad vigilaron a los transeúntes desde vehículos blindados armados con ametralladoras pesadas.
A pesar del despliegue, miles de manifestantes acudieron el domingo a la concentración “en memoria de los mártires” de la sangrienta represión.
Los manifestantes volvieron a pedir el regreso de los militares a los cuarteles y fueron dispersados violentamente cuando se acercaban al palacio presidencial, según un periodista de la AFP presente en el lugar.
Los manifestantes subrayan que la resistencia debe continuar en 2022 y exigen justicia no sólo para los civiles muertos desde el golpe, sino también para las más de 250 personas asesinadas durante la revolución popular de 2019, que obligó al ejército a derrocar a al-Bashir.
Además de los muertos y los cortes de teléfono e internet, la ONU denuncia la violación de al menos 13 manifestantes en diciembre, en un país que, desde su independencia hace 65 años, ha estado casi siempre bajo el control de los militares.
Los países europeos ya han expresado su indignación por la escalada de violencia, al igual que el Secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, y la ONU.
Todos abogan regularmente por la vuelta al diálogo como condición previa a la reanudación de la ayuda internacional cortada tras el golpe.
Blinken ya advirtió que Estados Unidos estaba “dispuesto a responder a todos aquellos que quieran impedir que los sudaneses sigan aspirando a un gobierno civil y democrático”.