GLASGOVIA. A pesar de tener 12 años y medir 1,40 metros, el colombiano Francisco Javier Vera es una gran figura en la COP26, donde defiende el medio ambiente y los derechos humanos con una inusual elocuencia que le valió amenazas de muerte en su país.
Tanto si se sube a una mesa en plena calle para dirigirse a los manifestantes como si concede una entrevista a los periodistas que se le acercan en los pasillos de la conferencia sobre el clima de Glasgow, este activista con gafas y hoyuelos en las mejillas desprende carisma.
“Creo que los niños, a diferencia de lo que dice la gente, somos el futuro, somos el presente y tenemos una opinión y una voz como ciudadanos”, dice con su discurso rápido y apasionado acompañado de mucha gesticulación y una dulce sonrisa.
“Pero no se nos permite expresarla”, añade, mostrando a su alrededor que dentro de la COP26 no se ven muchos más niños.
Francisco pide a los líderes mundiales “gobernar para la vida y no sólo para el clima, para una vida digna, para la educación, la salud, los derechos humanos” y “tener compromisos reales”.
Acudió invitado por el programa Euroclima+ de la Unión Europea, que le designó “embajador de buena voluntad” por su lucha medioambiental.
“FLUYE CON SUS IDEAS”
Todo comenzó en marzo de 2019, cuando este gran defensor de los animales tenía 9 años y vio arder el Amazonas y los bosques de Australia. Inspirado por la joven activista sueca Greta Thunberg, pero también por figuras como la paquistaní Malala Yousafzai, un día salió del colegio y les dijo a sus padres que quería fundar un movimiento.
“Cuando llegué por la noche, ya tenía toda una base de datos de gente del barrio, con nombres, DNI, toda la información” que había recogido casa por casa de personas dispuestas a ayudarle, recuerda su madre, Ana María Manzanares, una trabajadora social que hace 20 meses lo dejó todo para ayudar a este hijo único que “desde pequeño siempre fue un líder.”
Su padre, abogado, se opuso en un principio por miedo a las represalias, pero acabó comprándole un megáfono para las marchas.
Francisco empezó con seis amigos a dar un discurso frente a la alcaldía de Villeta, su pequeño pueblo en el departamento de Cundinamarca, a unos 90 km de Bogotá, con una elocuencia inusual para su edad.
“Mucha gente me pregunta si me educan para hablar así, si tengo clases para mejorar mi léxico, pero creo que lo más importante es fluir con tus ideas”, dice, reconociendo una voraz pasión por la lectura.
A los 8 años ya dio una charla sobre el astrofísico inglés Stephen Hawking a alumnos mucho mayores que él en su colegio y le encanta leer al estadounidense Carl Sagan, explica su madre, que contempla hacerle pruebas para determinar si es superdotado.
“UN NIÑO TOTALMENTE NORMAL”.
Su grupo creció y los viernes ya no van a jugar sino a realizar acciones como recoger la basura. Ahora le siguen unos 400 niños y participa en actos con figuras como el Premio Nobel de la Paz timorense José Ramos-Horta.
En diciembre de 2019 se pronunció contra la fracturación hidráulica y los plásticos de un solo uso en el Senado de Colombia, donde, recuerda, los legisladores expresaron su desaprobación golpeando sus escaños.
“Me entristece que los políticos no escuchen a los ciudadanos”, dice, y les acusa de ignorar la realidad, de permitir un calentamiento global que amenaza a las poblaciones rurales colombianas.
Hablar en la COP26 “es muy diferente a vivir donde está ocurriendo el cambio climático”, dice, afirmando que en sus pocos años ha visto la pérdida de diversidad en las exuberantes cascadas de Villeta.
Ahora mismo debería estar en el colegio, pero ha preferido “perder una semana de clase para estar con todos los presidentes del planeta” en Glasgow.
“Lo dijo Greta (…) si no tenemos ni presente ni futuro no vamos a poder estudiar, así que esto también es algo prioritario”, dice.
Su madre hace de “barrera de contención” ante la avalancha de gente que se le acerca.
También en las redes sociales, donde ha recibido amenazas de muerte por el simple hecho de pedir conectividad para que todos los niños puedan estudiar a distancia.
“Uno en Colombia siempre sabe que es una posibilidad” pero “la vida no volvió a ser la misma, porque uno tiene miedo”, explica Ana María.
Francisco no quiere hablar de las amenazas y considera más importante el apoyo que recibió a raíz de ellas, “porque te permite ver que tienes respaldo”.
De mayor le gustaría ser político, pero de momento dice que es “un chico totalmente normal” que juega al baloncesto con sus amigos y reta a cualquiera a jugar con él a videojuegos como Minecraft, Assassin’s Creed o GTA5 por Internet.