Una conocida plataforma de contenidos audiovisuales nos sugiere una película en función de nuestros gustos o una empresa anuncia un producto por correo en función de una búsqueda en Internet. Estas son algunas de las pequeñas acciones que ya hemos incorporado a nuestra vida cotidiana y que son ejemplos de inteligencia artificial.
Las dimensiones éticas de este avance tecnológico también están en el centro de los debates en París, ya que, además de su lado beneficioso, como la detección precoz del cáncer o la cura de traumas psicológicos, también existen los riesgos de la estimulación para el consumo o la manipulación mental con fines negativos.
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“Todos estos fenómenos que estamos viendo en la plataforma de las tecnologías de la comunicación y la información, que ya nos afectan, no se sabe el vértigo que significa cuando se incluye la parte biológica a eso, dice Guillermo Anlló, responsable regional del Programa de Política Científica, Tecnológica y de Innovación de la Unesco, en el marco del Día Internacional de la Ciencia.
“El chip en la cabeza para cambiar los recuerdos y la memoria es una realidad, ya está en los laboratorios, no hablo de ciencia ficción, sino de realidad”, añade el especialista.
Anlló, que fue subsecretario de Tecnología e Innovación en el primer Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Provincia de Buenos Aires entre 2016 y 2017 dice que suele hacer la broma de que “la próxima pandemia será la inteligencia artificial o la neurociencia”, ya que “va a tener efectos similares y, por lo tanto, hay que estar preparados”.
En su opinión, en el campo de la inteligencia artificial, América Latina tiene “algo de debilidad en el ámbito académico”, ya que sus talentos “se han ido al extranjero”, mientras que el sector público “está mucho más atrasado”, sin haber conseguido “crear buenos comités para identificar el reto que supone y la oportunidad”.
Asegura que los países de la región deben “compartir” todos sus esfuerzos para avanzar hacia una agenda única, considerando que ya tienen “historias de vida genéticas” comunes, “demandas sociales” similares y “desafíos globales” que impactarán a todos por igual, como el cambio climático o la migración.
Según el experto, América Latina es una de las regiones más avanzadas del mundo en ciencia abierta y lo es por la “necesidad” de sus expertos de continuar una larga tradición en investigación con pocos recursos para desarrollarla.
“La región tiene una fuerte y larga tradición en comunidad científica, pero con pocos recursos e inversión, por lo que ha luchado mucho por estas sinergias y cooperación”, explica.
Dice que las redes Cielo y Latindex o la institución CLACSO (Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales), impulsada por la propia UNESCO, son ejemplos de espacios compartidos con acceso público y abierto a los contenidos que suponen un hito en la ciencia colaborativa para la región.
Y, como él mismo señala, el reconocimiento de la región puede verse en el hecho de que Fernanda Beigel presida el Comité Consultivo Internacional de Ciencia Abierta de la Unesco, del que forman parte otros cuatro representantes de países latinoamericanos: Brasil, Uruguay, Venezuela y Colombia.
La ciencia abierta, según Anlló, “debe romper ciertos parámetros de la cultura científica tradicional”, como la revisión por pares sesgada o las publicaciones en “grandes editoriales científicas”, que “son el mejor negocio jurídico privado del mundo, con un margen de beneficio neto superior al 35 por ciento”, y abrirse también a la agenda de las demandas sociales.
“La ciencia abierta debe abrir la agenda y traer otros problemas que deben ser abordados no sólo por los investigadores locales, sino también por los grandes centros de salud del mundo”, señala.