NUEVA YORK, EE.UU. – Fue durante los primeros meses de la pandemia. Tras terminar su jornada como repartidor de comida, Juan volvía a casa y cruzaba en bicicleta el puente de la avenida Willis, que une Manhattan con el Bronx. Allí fue atacado por dos o tres hombres -no lo recuerda- que lo derribaron de la bicicleta. Aunque no se resistió y abandonó su medio de transporte, recibió un golpe en la cabeza con un tubo que, de no ser por el casco que llevaba, habría tenido consecuencias fatales.
Poco antes, en febrero de 2020, otro repartidor -también mexicano- también fue despojado de su bicicleta y asesinado con un arma de fuego en el mismo lugar donde le robaron a Juan. Desde entonces es común ver a su pequeña hija que constantemente va a dejar flores a un altar erigido en honor a su padre en esta avenida por la que transitan cientos de mexicanos todos los días.
Ambas familias son parte de los miles de mexicanos que viven en este barrio, que trabajan al menos 6 días a la semana y que constituyen buena parte de la base productiva de la ciudad de Nueva York. En los últimos meses ha habido una ola de violencia contra los repartidores de comida, muchos de ellos mexicanos del estado de Guerrero. Al menos esta es parte de la percepción que se tiene en las calles de Nueva York, donde también se ha disparado el aumento de los homicidios tras el periodo de cierre de la ciudad provocado por la pandemia.
“Muchos mexicanos han sido asaltados por aquí. Si mi marido no hubiera traído su casco le habrían matado allí mismo, pero consiguió escapar. Aunque no todos, ya ves lo que le pasó a Francisco Villalva, que también repartía comida”, comenta con discreción Elizabeth, la esposa de Juan.
La joven, originaria de Guerrero, se refiere a su paisano de 29 años, quien fue asesinado el 29 de marzo de 2021, a unas cuadras del puente Willis, mientras repartía comida. Gracias a la indignación de muchos de sus compañeros, expresada en varias movilizaciones, se logró presionar a la Policía de esta ciudad, que detuvo a un presunto responsable del crimen. La marcha de algo más de tres mil repartidores de comida que se manifestaron por Broadway en todo Manhattan surtió efecto. El caso de Villalba es una excepción que confirma la regla: las agresiones y los crímenes contra muchas personas quedan impunes, sobre todo si eres latinoamericano, indígena, afroamericano, inmigrante asiático, lo que se llama en Estados Unidos, gente de color.
Los datos públicos del Departamento de Policía de Nueva York muestran que 2019 cerró con 311 asesinatos. Para el primer cuatrimestre de 2020, a finales de abril, según esta estadística local, hubo un aumento del 55% en los homicidios. En junio del mismo año, ya con un descenso en los contagios, hospitalizaciones y muertes de Covid-19, el aumento de los homicidios alcanzó el 79%. Aunque, en general, Nueva York no es una ciudad que haya tenido un alto índice de homicidios, el fuerte aumento puso en alerta a la población y a la policía.
Es una tarde soleada en Mott Haven, un barrio del sur del Bronx. Comienza el verano en Nueva York, la gente llena las calles, se sienta en sillas de plástico en el exterior de sus casas y negocios, toca música (salsa, por supuesto) y charla con los demás.
Mientras termina sus últimos pedidos del día, el tapicero Esteban Estévez, originario del municipio de habla náhuatl de Santiago Teopantlán, Puebla, cuenta con orgullo cómo llegó a esta ciudad en 1990, a los 20 años, en una época en la que cruzar la frontera no era tan difícil como ahora. De inmediato se instaló en este municipio y se convirtió en uno de la gran oleada de poblanos que llegaron a Estados Unidos.
En esa época, las calles del Bronx se estaban reconstruyendo después de dos décadas de destrucción, incendios, desplazamientos y migración.
Esteban aprendió el oficio de tapicero y, al cabo de unos años, su maestro heredó el negocio que ahora regenta en el corazón del sur del Bronx y que da de comer a toda su familia.
En la década de los 90 aún quedaban restos de los incendios que los caseros, los propietarios de los inmuebles, pusieron en marcha para cobrar el seguro y negociar la compraventa de las propiedades con inversores que, desde entonces, han querido convertir esta parte de la ciudad en un nuevo desarrollo urbanístico lleno de edificios con fachada de cristal, restaurantes y cafés de moda, pequeñas manchas de árboles y calles seguras.
Desde los años setenta, la fama del Bronx se divide entre la delincuencia, la pobreza y el hecho de ser la cuna de grandes músicos de salsa que harían historia en América Latina. Él no lo sabía entonces, pero a su llegada comenzaría una nueva disputa por el territorio entre diferentes comunidades: por un lado, los que llegaron de Puerto Rico persiguiendo el sueño americano desde finales de los años 70, y por otro, los que llegaron al Bronx en los años 70.