Imagínate estar en una situación tan traumática que tu mente decide alejarse por un momento, como si apretáramos el botón de pausa en una película. Eso, amigos míos, es un ejemplo de disociación, un fenómeno curioso y a veces desconcertante.
La disociación como mecanismo de defensa
La disociación es un mecanismo adaptativo que emplea nuestro cerebro para protegernos del impacto emocional, la tensión, el miedo y el dolor en situaciones extremas. Se activa en casos de abuso infantil, violaciones y otras experiencias traumáticas donde nos sentimos atrapados.
Quizás hayas vivido un episodio puntual de disociación sin siquiera darte cuenta, como cuando te abstraes de tus pensamientos mientras conduces o en mitad de una conversación aburrida en una fiesta. Eso entra dentro de la normalidad.
Cuando la disociación se complica
Pero, como en todo, hay un lado oscuro: la disociación emocional puede convertirse en un trastorno y requerir tratamiento especializado. Puede afectarnos en nuestros recuerdos, nuestras emociones y nuestra percepción de la realidad. Algunos síntomas de la disociación incluyen: lagunas de memoria, anestesia emocional, pesadillas y síntomas psicosomáticos.
Los trastornos disociativos
Los grados más severos de la disociación pueden corresponder a los trastornos disociativos, como el trastorno de despersonalización, el trastorno de identidad disociativo o la fuga disociativa. Estos trastornos tienen una base emocional compleja que busca eludir o sobrellevar circunstancias estresantes.
Además, en estos casos, la disociación puede tener consecuencias a largo plazo: amnesia disociativa, trastorno de identidad disociativo y trastorno de despersonalización/desrealización.
Descubriendo las causas detrás de la disociación
La disociación emocional puede surgir como mecanismo de defensa frente a situaciones inasequibles. Las causas que influyen en el desarrollo de la disociación pueden ser biológicas, sociales o familiares. Situaciones traumáticas como el abuso o maltrato en la infancia son las principales causantes.
Un día, mientras tomaba café con un amigo psicólogo, comentamos que la Sociedad Internacional para el Estudio del Trauma y la Disociación define la disociación como una desconexión de elementos que normalmente están integrados: memoria, conciencia, percepción o identidad.
Los síntomas más comunes de la disociación
En nuestras desventuras cerebrales, hay varios síntomas que pueden ayudarnos a identificar si estamos experimentando un episodio de disociación:
- Amnesia disociativa: implica la imposibilidad de recordar información personal importante.
- Despersonalización: se refiere a sentimientos de extrañeza o falta de familiaridad respecto al yo o al propio cuerpo.
- Desrealización: tiene que ver con la percepción de extrañeza del entorno.
- Confusión de identidad: se define como una sensación subjetiva de incertidumbre, perplejidad o conflicto sobre la propia identidad.
- Alteración de identidad: se relaciona con personalidades en conflicto y puede darse en casos de trastorno de identidad disociativo (TID).
En resumen, la disociación puede afectar a nuestra conciencia, nuestra memoria, nuestra identidad y nuestra percepción de una manera sorprendente y, a veces, angustiante.
Buscando ayuda profesional
Si sospechas que puedes estar experimentando disociación emocional o algún trastorno disociativo, es importante acudir a un profesional de la psicología o psiquiatría. No te preocupes, no estás solo, y hay ayuda disponible.
Reflexiones finales sobre la disociación
La disociación es una fascinante capacidad de nuestra mente para protegernos de situaciones que pueden ser demasiado difíciles de enfrentar. Aunque puede ser un desafío y requerir de ayuda profesional en algunos casos, también nos permite reflexionar acerca de la complejidad del cerebro humano y cómo nos adaptamos al mundo que nos rodea.
Entonces, la próxima vez que estés en una aburrida reunión, piensa en la disociación y cómo nos ayuda a desconectar de una realidad que, a veces, nos gustaría cambiar.