La desertificación es una palabra que quizás no nos preocupa a diario, pero deberíamos reflexionar sobre ella. Nos enfrentamos a un fenómeno global que amenaza los ecosistemas, los medios de vida y nuestra supervivencia. Permítanme guiarlos en este viaje hacia una mejor comprensión de este desafío ambiental.
Las tierras secas y su importancia
Para entender la desertificación, primero debemos hablar de las tierras secas. Resulta que estas tierras ocupan el 41% de la superficie terrestre y albergan a un tercio de la población humana. Estos ecosistemas, que incluyen zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas, sostienen la vida de 2.000 millones de personas. Imagine tanta gente viviendo y trabajando en un lugar donde la escasez de agua es norma, no excepción.
Desertificación: definiendo al enemigo
La desertificación es el resultado de un desequilibrio sostenido entre la demanda de servicios del ecosistema por parte del hombre y lo que estos ecosistemas pueden proporcionar. La Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación (UNCCD) la define como “la degradación de las tierras de zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas, resultante de diversos factores, tales como las variaciones climáticas y las actividades humanas”. En resumen, es la transformación de tierras fértiles en áreas estériles y desérticas.
Zonas vulnerables
Las tierras secas subsaharianas y centroasiáticas son especialmente susceptibles a la desertificación. Aproximadamente entre el 10 y el 20% de las tierras secas se encuentran ya degradadas. ¿Qué significa esto para las personas que dependen de estos ecosistemas? Pues, pérdida de cultivos, inseguridad alimentaria y desplazamiento forzoso en busca de alimento y agua.
La mano humana
Sí, el cambio climático juega un papel en la desertificación, pero también nuestras acciones como individuos y sociedad. La deforestación, malas prácticas agrícolas, sobreexplotación de recursos naturales y malas prácticas ganaderas son las principales actividades que impulsan este fenómeno.
En un recuerdo personal, puedo recordar los paisajes de mi querida tierra mexicana en los años pasados, donde los árboles y la vegetación florecían. Hoy en día, a veces me pregunto si mis nietos podrán admirar la misma belleza que yo conocí en aquellos tiempos.
Las consecuencias de la desertificación
Esta transformación se lleva consigo la biodiversidad y tierras agrícolas. Pero hay mucho más. La desertificación también implica inseguridad alimentaria, pérdida de cubierta vegetal, aumento del riesgo de enfermedades zoonóticas, disminución de reservas de agua potable y desplazamiento de personas.
Un dato desalentador: la vida de 250 millones de personas ya se ve afectada por la desertificación, y se estima que para 2045, hasta 135 millones podrían verse obligadas a desplazarse por esta razón.
Un objetivo clave: el ODS 15
La ONU ha establecido el Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) 15 con la meta de proteger, restaurar y promover el uso sostenible de los ecosistemas terrestres, detener e invertir la degradación de las tierras, combatir la desertificación y frenar la pérdida de biodiversidad. Esto reitera la urgencia de abordar este problema a nivel global.
Prevenir la desertificación
La gestión sostenible de los recursos naturales y la conservación de los suelos fértiles y de los recursos hídricos son esenciales para evitar la desertificación. Los agricultores tienen un papel crucial en la implementación de prácticas agrícolas responsables.
Debo confesar que, aunque no soy agricultor, me siento responsable de cuidar la naturaleza de maneras simples. Por ejemplo, plantando un árbol en lugar de derribarlo y evitando la contaminación del agua con productos químicos.
Iniciativas globales contra la desertificación
La Convención de Lucha contra la Desertificación (CNULD) fue establecida en 1994 y ha sido firmada por 122 países comprometidos a alcanzar objetivos de neutralidad en la degradación de la tierra.
La Gran Muralla Verde
La CNULD ha impulsado la Iniciativa de la Gran Muralla Verde, con el ambicioso objetivo de restaurar 100 millones de hectáreas en 20 países de África para 2030. Estas iniciativas, que parecen sacadas de cuentos de hadas, son un rayo de esperanza en este panorama sombrío.
Ahora, mis queridos lectores, les pregunto: ¿qué podemos hacer nosotros para afrontar este reto? La respuesta es simple y no necesita de grandes hazañas. Cuidemos nuestros recursos naturales, seamos conscientes de nuestras acciones y enseñemos a las futuras generaciones a vivir en armonía con el entorno.
Nunca olvidemos que nuestros hijos y nietos heredarán el mundo que construyamos. Convirtamos la lucha contra la desertificación en una meta común por un planeta más sano y próspero. Y quizás, para entonces, responder a la pregunta “¿qué es la desertificación?” carecerá de relevancia, al convertirse en un recuerdo del pasado.