Con sólo 22 años, Isela decidió salir de Honduras para buscar mejor suerte en Estados Unidos, pero no viajó sola. Con una mochila a la espalda y 500 lempiras (unos 450 pesos mexicanos) salió de Tegucigalpa acompañada de sus dos hijos, Rodrigo de cuatro años y Rubén de dos.
“Caminar durante días es agotador para cualquiera, pero mucho más para los niños. Pero no hay otra forma, ellos te pertenecen y tiras con ellos a pesar de los peligros, porque es más difícil dejarlos ahí”, dice.
Tras casi tres semanas de viaje, Isela consiguió llegar a la frontera entre Guatemala y México hace poco más de un mes. Tuvo que esperar dos semanas más en la Casa del Migrante para poder entrar en territorio mexicano, donde permanece en otro albergue junto a sus hijos.
“Aquí nos han tratado bien, mis hijos han recibido comida y atención médica porque el mayor tenía tos, pensé que era Covid pero ya está mejor, entonces me dicen que es mejor esperar aquí porque Estados Unidos ya tiene muchos niños y nos van a detener. Tengo mucho miedo de que me separen de ellos, así que estoy pensando en tratar de quedarme aquí”, dice en entrevista telefónica desde Tapachula, Chiapas, donde está bajo la protección de organizaciones como Mujeres en la Migración.
Sus hijos, añade Isela, ahora duermen mejor, ya que durante el viaje dormían poco porque siempre tenían que estar pendientes de la policía y de los asaltantes.
Tras un 2020 marcado por la pandemia y el cierre de fronteras entre países, miles de migrantes -en su mayoría centroamericanos- volvieron a la carretera este año huyendo de la pobreza y la inseguridad en sus países y buscando un futuro mejor en Estados Unidos.
Las filas de hombres y mujeres con niños han vuelto a hacerse visibles desde Honduras hasta Ciudad Juárez, donde la situación es ya alarmante en los campamentos repletos de migrantes que esperan una cita en los tribunales estadounidenses con la esperanza de obtener asilo.
“El viaje ha sido muy difícil, siempre escondiéndonos, pero ante todo Dios estará bien”, añade Isela, quien reconoce que al viajar con sus hijos ha recibido ayuda de muchas personas en el camino.
En Guatemala, cuenta, “nos quedamos en un parque casi una semana y una señora nos llevaba comida todos los días, me dijo que lo hacía por los niños, también les llevaba dulces y nos daba ropa para ellos, no pude despedirme de ella porque fue justo cuando nos recogió la Casa del Migrante”.
Incluso asegura que fue gracias a los menores que pudo entrar a México.
“Los soldados estaban ahí y al principio no querían dejarnos pasar, pero uno de ellos dijo ‘que traiga a los niños que ya se ven muy cansados, ella sabrá’. Así que cruzamos“, cuenta.
Según cifras de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos (CBP), sólo en febrero más de 9.000 niños y menores de 18 años cruzaron ilegalmente desde México, casi el doble de lo registrado en el mismo periodo del año anterior.
El aumento se produce después de que la administración del presidente estadounidense, Joe Biden, alegando razones humanitarias, anunciara a principios de febrero que no expulsaría rápidamente a los menores no acompañados, un cambio de política respecto a la administración anterior. En la frontera sur de México, este aumento también se ha reflejado en las últimas semanas, obligando a los gobiernos estatales a abrir nuevos albergues.
En Tenosique, Tabasco, uno de los cuatro municipios que reciben el mayor número de personas que huyen de sus países porque su vida, seguridad y libertad están en peligro, se instalará el primer albergue para la atención de niños migrantes con el apoyo del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).
La Red Fronteriza por los Derechos Humanos denunció que el riesgo que corren los niños al cruzar la frontera sin compañía es un reflejo del fracaso del sistema migratorio de Estados Unidos, que obliga a los padres a contratar coyotes para enviar a sus hijos solos.
A través de un comunicado, la organización agregó que han sido años en los que los gobiernos estadounidenses, sin importar si son demócratas o republicanos, han empujado a los migrantes a exponerse a riesgos o a contratar a personas sin ningún escrúpulo.
Esto después del video difundido por la Patrulla Fronteriza en el que se ve a dos “coyotes” arrojando a dos niñas ecuatorianas, de tres y cinco años, al otro lado de la barrera fronteriza de más de cuatro metros de altura que divide a Juárez de Santa Teresa, Nuevo México.
“No podemos culpar a las familias, no hay solución, porque siempre se ha tratado a las personas como un asunto policial; no podemos ahora condenar a las familias, a los padres que dejan a sus hijos”, añade la ONG.
Por su parte, los albergues El Buen Samaritano y la Iglesia Metodista del Buen Pastor de México exhortaron a los padres a no enviar a sus hijos solos a los albergues.